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Cheng, octava parte

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La mano de Carlo agarró la cabeza de Cheng y la aplastó contra el suelo, Cheng intentó liberarse, pero le italiano era demasiado fuerte. Cheng se concentró en sus antebrazos, y una serpiente salió de cada uno de ellos, lanzándose directas al cuello de Carlo, que se alejó instintivamente dejando el tiempo suficiente a Cheng para rodar hacia un lado y volver a ponerse en pie. Carlo se palpó el cuello para comprobar que las alimañas no le habían hecho nada y miró a Cheng sorprendido. —¿Qué ha sido eso? Cheng no contestó, se limitó a quitarse la camiseta y dejar al descubierto un cuerpo lleno de tatuajes: una serpiente enroscada en cada uno de los antebrazos, un dragón que ocupaba todo el pecho, una máscara de un demonio chino en el brazo izquierdo y un sinfín de ideogramas. Carlo asintió al entender el origen de las serpientes. Cheng concentró su energía y los ideogramas tatuados en su cuerpo comenzaron a emitir un brillo dorado y de su pechó surgió un dragón de escamas verdes y ojos comp

12 - Marin, la solo una vez caída. Parte 7

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Tras contarle lo que había sucedido con el hombre que la había atacado Marten la miró pensativo, entonces le pidió que le diese el arma. La miró fijamente a la luz del fuego. —¿Estás segura de que le cortaste? —Sí, estoy segura. Se calló al suelo y había mucha sangre. Marten volvió a examinar aquel extraño cuchillo. Nunca había visto nada igual, pero tenía que admitir que parecía un arma bastante útil. Se levantó y se acercó al fuego y miró más de cerca y con más luz el arma, no había sangre, efectivamente, ni el más mínimo resto. Pero la hoja y el pequeño punzón que había en el mango no estaban completamente limpios, tenía restos de algo, ¿grasa? Miró a su hija, que jugueteaba con un trozo de hierro en bruto. Marin siempre había sido bastante hábil y rápida quizá, pero ¿tanto como para haber podido matar a un hombre adulto y ni siquiera habar dado tiempo de que el arma se manchase de sangre, que solo hubiese quedado algo de la grasa que tuviese en la piel? Entonces pensó algo, era una

Cheng, séptima parte

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Carlo hizo un gesto a la mujer y Cheng cayó al suelo con sus extremidades liberadas. La enorme mano de Carlo lo cogió de la cabeza y lo puso en pie, le sonrió unos segundos y le asestó un golpe que lo estampó contra la pared, haciendo que esta se resquebrajase. Cheng acabó de nuevo en el suelo, se levantó, desorientado por el golpe que acababa de recibir, y lanzó un puñetazo a la cara de Carlo, pero este lo esquivó con un sencillo movimiento hacia atrás. Lanzó otro golpe contra las costillas, pero Carlo necesitó tan solo un giro de cadera y el puño de Cheng acabó golpeando el aire. —¿Qué es lo que has hecho? —preguntó Cheng. Carlo sonrió, satisfecho. —Recuperar mi juventud y mi fuerza, chico. —¿Con un pañuelo? Eso es imposible. —No es un simple pañuelo, idiota. Se trata de la sábana que cubrió a Cristo, una reliquia capaz de devolver a un muerto a la vida; y a los vivos la juventud. —Eso es una locura Carlo, Cristo es tan sólo una leyenda. El pañuelo debe contener algún tipo de hechizo

11 - Marin, la solo una vez caída. Parte 6

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Marten tenía aún el corazón acelerado por el sobresalto cuando se acercó a la figura que había tendida entre el montón de ramas y paja que tenía para prender el horno. Al principio no la distinguió, quizá por lo inesperado, por no decir imposible, de que estuviese allí, pero en efecto, era su hija, Marin. La niña estaba cubierta de tierra y barro, su camisa tenía un rasgón y vio lo que parecía una marca en el cuello. Se acercó para ver mejor, y así era, su hija tenía una marca roja alrededor del cuello, como si alguien la hubiese agarrado. —Marín, ¿qué te ha pasado? —preguntó, preocupado. La niña lo miró y frunció el ceño. —Pues que me has tirado contra las ramas —le gritó. —¿Qué? —preguntó Marten sorprendido por la respuesta de su hija—. No, quiero decir que qué te ha pasado. Estas sucia y ¿qué es esa marca en tu cuello? —¡Ah! —exclamó ella palpándose el moratón que le rodeaba el cuello. Entonces miró a su padre, el triple de alto que ella, y abrazó su pierna con fuerza—, No importa,

Cheng, sexta parte

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La mujer lo llevó a la mansión, flotando en el aire con pies y manos atrapados por aquella fuerza invisible, ella subió las escaleras y su cuerpo la siguió levitando, incapaz de zafarse por mucho que lo intentase. Ambos entraron al despacho de Carlo Siminiani, donde se encontraban él junto a las dos mujeres de la noche anterior; al principio no las reconoció, pues esta vez no vestían los alegres vestidos floreados, sino vestidos totalmente negros. Una de ellas se le acercó y le acarició suavemente la cara, desde el mentón hacia arriba, hasta que llegó al pelo y le tiró de él acercándolo a su cara. —¿Te acuerdas de mí? —le preguntó con los ojos llenos de rabia. Se trataba de la mujer a la que había logrado golpear en el callejón—. Vas a pagármelas… Una mano delgada y de un blanco insano la agarró de la muñeca haciendo que soltase el pelo de Cheng, la mujer que la acompañaba y que lo detuvo cuando se enfrentó a la primera la hizo retroceder. —Tengo mejores planes para él, Agnes. El señor

10 - Marin, la solo una vez caída. Parte 5

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El hombre estaba tirado en el suelo haciendo aquel extraño sonido mientras la sangre que brotaba de su cuello formaba un charco embarrado cada vez más grande. Marin dio media vuelta y comenzó a correr, corrió sin saber a dónde se dirigía, sin pensar, sin ver lo que había a su alrededor, hasta que de pronto se vio en medio del mercado. Se paró en seco y miro los puestos, la gente yendo de un lado a otro, los tenderos gritando para que los clientes se acercasen a comprar sus mercancías y frente a ella el sol que ya empezaba a ponerse. Ahí, de pie, Marin bajó la cabeza para poder mirarse, tenía la ropa sucia, llena de tierra y barro y aquel cuchillo en la mano, pero no tenía nada de sangre, ni siquiera la hoja o el punzón que tenía en la base del mango estaban sucios, como si no hubiesen cortado a aquel hombre, pero recordaba lo que había pasado, estaba segura de lo que había hecho. Tan solo habían transcurrido... No tenía la más mínima idea de cuánto tiempo había pasado, mientras corría

Cheng, quinta parte

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El día transcurrió lento, demasiado lento. Cheng tan sólo podía pensar en lo que pasaría esa noche en la mansión Siminiani, y tenía un mal presentimiento, aunque claro, nunca había hecho mucho caso de sus presentimientos. Sin embargo, esta vez era diferente, sentía miedo y la advertencia de su madre resonaba en su cabeza, como si intentase disuadirle. Aun así, cuando el reloj marcó las once se levantó y se encamino hacia su objetivo. La casa de los Siminiani estaba rodeada de guardias, aún más que de costumbre, además había varias mujeres vestidas totalmente de negro junto a ellos; daba la sensación de ser ellas quienes dirigían la vigilancia, y los hombres parecían temerlas a pesar de ser ellos los que iban armados. Cheng se agazapó entre unos matorrales cercanos, buscando el lugar y el momento más propicios para colarse en la mansión. Tras varios minutos no logró encontrar un solo punto débil, además sentía cómo el muro emitía una vibración extraña, por lo que decidió que la mejor op